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Perico, Narcos, Gringos y Otros Animales

Ensayo sobre la economía política de una legitimidad a partir de su impacto en la cultura popular

Laurent Laniel

Paper published in Edgardo Manero (coord.): « Géopolitique des Amériques. L'Amérique latine dans le désordre global », L'Ordinaire Latino-américain, N° 195, janvier-mars 2004.


Resumen: Este ensayo versa sobre la legitimidad de los narcotraficantes en América Latina a partir de las letras de canciones aparecidas en su mayoría en los años 90. Se propone primero un breve análisis de la generalización del prefijo sustantivado “narco” en la lengua española. Luego se tratan sucesivamente los factores internos de legitimidad, vinculados a los particularismos de las sociedades latinoamericanas, y los externos, vinculados a la política antidrogas de Estados Unidos. Se concluye con un análisis de la forma como son manipulados los traficantes.

Résumé : cet essai analyse la question de la légitimité des trafiquants de drogues en Amérique latine à partir des paroles de chansons populaires parues principalement dans les années 1990. Une brève analyse de la généralisation du suffixe substantivé “ narco ” dans la langue espagnole est d’abord offerte. Ensuite, on aborde tour à tour les facteurs de légitimité internes, liés aux particularismes des sociétés latino-américaines, et externes, liés à la politique antidrogues des États-Unis. L’essai se termine par une analyse de l’instrumentation dont sont l’objet les trafiquants.

Summary: This essay analizes the legitimacy of drug traffickers in Latin America as revealed by the lyrics of popular songs published mostly in the 1990s. The paper begins by a brief analysis of the generalization of the substantivized prefix “narco” in the Spanish language. Then it reviews the main factors of legitimacy, both internal – arising from the idiosyncrasies of Latin American societies –, and external – linked to U.S. drug control policy. Finally, the essay examines how the traffickers are manipulated by economic and political power.


Si se le pidiera hoy en día a un transeúnte en Marsella, Miami, Kobe o Lagos citar a un colombiano conocido, es probable que piense en Pablo Escobar Gaviria antes que en el Premio Nóbel Gabriel García Márquez. Esta repentina notoriedad mundial de los traficantes latinoamericanos de sustancias psicotropas, de las “mafias” del “narcotráfico” y de sus “capos”, es en gran parte el resultado de los importantes cambios estratégicos que han sucedido en América Latina durante los últimos veinte años. El auge de la industria de los estupefacientes –en su doble dimensión, tanto objetiva, de sector económico como subjetiva, de amenaza a la seguridad–, ha sido unos de los fenómenos que más han impactado en las sociedades de la región (en algunas más que otras) durante los últimos veinte años.

El “Narco” en el léxico y la cultura populares

El impacto ha sido tan fuerte que, a partir de los años 80, el folklore, incluso la mitología, de varios países latinoamericanos, ha visto aparecer abruptamente a un nuevo personaje: el “narcotraficante”, al que se le adjudican ya sea vicios, ya sea virtudes, dependiendo de los puntos de vista. El término ha sido adoptado incluso en México, a pesar de que su primer referente empírico, a quien se llamaba gomeroo mariguano, apareció a principios del siglo veinte, es decir más de cincuenta años antes del auge de los ahora famosos “carteles” colombianos. El narcotraficante contemporáneo, siempre designado en masculino aunque algunas mujeres entraron en la leyenda[1], se impuso con tanta violencia desde hace alrededor de veinte años en el escenario político, económico, social y hasta cultural de América Latina que se debió abreviar el nombre que lo describe. La necesidad de escribir y pronunciarlo constantemente lo había hecho aparecer demasiado largo. Se convirtió en el “narco”. Se conservó el prefijo que se substantivó, por cierto, muchas veces de modo abusivo.

En efecto, es probable que este neologismo sea en realidad un anglicismo que se impuso a la lengua española, mientras que en el terreno latinoamericano, el gobierno federal de Estados Unidos imponía su modelo de “guerra contra las drogas”. En tanto prefijo substantivado, pareciera que el “narco” latinoamericano debe su existencia en buena medida al hábito que tomaron los estadounidenses de designar incorrectamente con el nombre de “narcotics” todas las sustancias psicotropas ilegales, aunque éstas no sean somníferas sino estimulantes, como la cocaína. Así pues, paradójicamente, este alcaloide, extracto de la hoja de coca cultivada en la región andina desde hace más de mil años, es el que más ha contribuido a la vulgarización y difusión reciente del personaje y del término de “narco”.

Muerto o vivo, preso o perseguido por la policía, el narco se convierte en una leyenda y un modelo del cual hay que imitar el código de honor, la valentía y la virilidad[2]. De esta manera, en el Norte de México, varios grupos de música ranchera o norteña, como Los Tigres del Norte y Los Tucanes de Tijuana (ambos oriundos del estado noroccidental de Sinaloa, de donde provienen también la mayoría de los “capos” mexicanos del narcotráfico), para citar solamente a los más famosos, han hecho fortuna cantando loas de los grandes traficantes[3]. Los “narcocorridos”, “corridos de mafia” o “de contrabando”, como se llama a este género musical popular derivado de las canciones que antes se dedicaban a los héroes de la Revolución mexicana, se aprecian en toda Centroamérica, en Colombia y hasta en España[4]. En México y en el sudoeste de Estados Unidos, donde se concentra la mayoría de su audiencia, decenas de miles de personas acuden a sus conciertos. Los Tucanes de Tijuana han vendido más de 10 millones de discos desde su creación; Los Tigres del Norte más de 30 millones e incluso ganaron un premio Grammy en 1998. Tienen gran éxito radiofónico a pesar de – o quizás gracias a – la censura de la que son a veces objeto por parte de las autoridades o de los medios de comunicación[5].

Es probable que el primer “narcocorrido” de la historia (aunque en su época no lo llamaban así) sea El Contrabandista, escrito por Juan Gaytán en San Antonio, Texas, en 1934, es decir un año después de la abrogación de la prohibición del alcohol en Estados Unidos (y tres años antes de la prohibición de la marihuana). El corrido cuenta como un ex contrabandista de licor cae en manos de la policía tejana después de haber empezado a traficar con drogas ilegales[6].

Sin embargo, el “narcocorrido” más conocido es sin duda Contrabando y Traición, escrito en 1975, que narra la trágica historia de Camelia la Tejana, contrabandista de marihuana entre Tijuana y Los Ángeles, y asesina por amor:

Contrabando y Traición

Salieron de San Ysidro, procedentes de Tijuana

Traían las llantas del carro repletas de hierba mala

Eran Emilio Varela y Camelia la Tejana

Al pasar por San Clemente, los paró la Migración

Les pidió sus documentos, les dijo ¿de dónde son?

Ella era de San Antonio, una hembra de corazón

Una hembra si quiere a un hombre, por él puede dar la vida

Pero hay que tener cuidado si esa hembra se encuentra herida

La traición y el contrabando son cosas incompartidas

A Los Ángeles llegaron, a Hollywood se pasaron

En un callejón oscuro las cuatro llantas cambiaron

Allí entregaron la hierba y allí mismo les pagaron

Emilio dice a Camelia: “hoy te das por despedida

Con la parte que te toca ya puedes rehacer tu vida

Yo me voy pa’ San Francisco con la dueña de mi vida”

Sonaron siete balazos, Camelia a Emilio mataba

La policía sólo halló una pistola tirada

Del dinero y de Camelia, nunca más se supo nada

(Ángel González, 1975)[7].

Factores de legitimidad internos

Para muchos latinoamericanos el traficante de drogas ilegales se convirtió en un símbolo de éxito, el compatriota pobre pero audaz que burla a los “gringos” y se hace rico. Dice haber dado a los estadounidenses “una sopa de su propio chocolate”, y a menudo se presenta como un empresario astuto, un self-made man igual que esos businessmen exitosos de las telenovelas estadounidenses, una especie de J. R. Ewing latino[8]. Afirma que, al contrario de muchos políticos latinoamericanos, él no es ladrón ni corrupto: no es un parásito que se enriquece robando las arcas del Estado, sino un productor que genera riqueza para su país. Sostiene que él no hace más que abastecer un producto “fino”, para el cual existe una fuerte demanda “arriba” o “del otro lado”, es decir en EE.UU. Y si bien reconoce que las drogas pueden ser dañinas para la salud, subraya que nadie está obligado a comprárselas. Molesto por la “demonización” de la que es objeto entre las viejas oligarquías de Latinoamérica, quisiera ser comparado con McDonald’s o Coca-Cola, los símbolos de la “comida chatarra” norteamericana, cuyo abuso, al parecer, tampoco es muy saludable.

Mis tres animales

Vivo de tres animales, que quiero como a mi vida.

Con ellos gano dinero y ni les compro comida.

Son animales muy finos:

Mi perico, mi gallo y mi chiva[9].

En California y Nevada, en Texas y Arizona,

Y también allá en Chicago,

Tengo unas cuantas personas que venden mis animales,

Más que hamburguesas en el McDonald.

Aprendí a vivir la vida, hasta que tuve dinero,

Y no niego que fui pobre, tampoco que fui burrero.

Ahora soy un gran señor:

Mis mascotas codician los güeros.

Traigo cerquita la muerte, pero no me sé rajar.

Sé que me busca el gobierno hasta debajo del mar,

Pero para todo y maña, mi escondite no ha podido hallar.

El dinero en abundancia, también es muy peligroso,

Por eso, yo me lo gasto con mis amigos gustoso.

Y las mujeres, la neta, ven dinero y se besan los ojos.

Dicen que mis animales van a acabar con la gente,

Pero no es obligación que se les pongan enfrente.

Mis animales son bravos:

Si no saben torear, pues no le entren

(Mario Quintero Lara)[10]

Es más, para demostrar que comparte los gustos de sus ricos clientes del Norte, bebe licor importado al mismo tiempo que “pellizca” el peligroso “animal” de su bestiario, o sea que toma cocaína:

Pellizcando el Animal

[...]

El sueño me tiene miedo

Me amanezco y no me da

El vino no me emborracha

Mis compas están igual

¿Será porque pellizcamos

Todos el mismo animal?

En los salones de baile

Siempre se lo encontrarán

Con amigos y mujeres

Tomando puro coñac

Que traigan otra de Rémy

Pa’ bajar al animal

[...]

(Mario Quintero Lara)[11]

El narco encarna la revancha de la América Latina pobre y adquiere la estatura de héroe popular. Igual que muchos poderosos latinoamericanos, es un paternalista que sabe cómo ganarse la lealtad de sus conciudadanos al mandar construir para los pobres, viviendas, caminos, zoológicos, canchas de fútbol, distribuyendo becas de estudio, regalos, favores, etc.

Pero sus incondicionales no ven las cosas así: para ellos, él es un “gran señor”, tiene un valor intrínseco que su éxito económico, su “generosidad” y su “bondad” tan sólo confirman. Así, en 1993, durante el entierro de “El Patrón” Escobar, que presenciaron miles de colombianos, se cantó “El Rey”, cuyo estribillo asevera:

Con dinero y sin dinero

Hago siempre lo que quiero

Y mi palabra es la ley

No tengo ni trono ni reina

Ni nadie que me comprenda

Pero sigo siendo el rey

Otra forma de legitimidad, y por lo tanto de amparo, encuentra el narco en la religión, o más bien en figuras religiosas específicas del mundo latino popular. Mientras que los traficantes cubanos de Miami buscan protección en la santería y el espíritu de Cosme Lacroix, sus homólogos antioqueños le rezan a la Virgen de Sabaneta (María Auxiliadora), y los narcos mexicanos al santo Jesús Malverde. El caso de Malverde es revelador del proceso de legitimación puesto en marcha por los narcotraficantes.

Según la leyenda, Jesús Malverde fue un “bandido generoso”, una suerte de Robin Hood que robaba a los ricos para dar a los pobres. Operaba alrededor de Culiacán, capital del estado de Sinaloa, de donde provienen la mayoría de los traficantes mexicanos famosos[12]. Fue traicionado por un compañero a cambio de dinero, como Jesucristo, y ahorcado por la policía del dictador Porfirio Díaz, opresor del pueblo y aliado de los pudientes. Hoy en día, Malverde tiene una pequeña capilla[13] en el centro de Culiacán, y la prensa lo ha apodado “narcosantón” porque los traficantes le rinden culto.

Pero en realidad Malverde no pertenece exclusivamente a los traficantes. Antes de todo, es objeto de culto entre sectores populares que nada tienen que ver con la droga, y de hecho ya lo era mucho antes de la irrupción del narco en el escenario latinoamericano[14]. Al buscar el mismo amparo religioso que la gente común ante autoridades opresivas, el narco se legitima ubicándose del lado de los pobres, de este pueblo latinoamericano oprimido en lucha perpetua contra gobiernos ilegítimos y violentos, como Emiliano Zapata, el Che Guevara y el mismísimo Jesucristo. La violencia estatal legitima la violencia propia, el bandido roba porque no tiene otra opción: el gobierno antes le ha robado a él y a su pueblo. Es justa retribución. Por lo menos, de esto quiere el narco convencerse y convencer a los demás. Y es innegable que a veces lo ha logrado. ¿O es pura casualidad que a Pablo Escobar también le decían el “Robin Hood paisa[15]”?

La muerte de Malverde

En 1909 qué desgracia sucedió
En Culiacán, Sinaloa, Jesús Malverde murió
al saberse la noticia, el pueblo se estremeció
Fue en los tiempos porfiristas, cuando esta historia pasó
Por ambición al dinero, su compadre lo entregó
[...]
En un mezquite colgado, allí acabó su destino
Ahora queda una tumba de aquel hombre tan querido
De todo lo que robaba, lo repartía entre los pobres
Por eso es que hoy en día, se le hacen grandes honores
Con música y veladoras y ramilletes de flores
[...]
(Seferino Valladares)[16]

Factores de legitimidad externos

Por muchas razones, es a los Estados Unidos que el narco latino de carne y hueso debe gran parte de su éxito económico y su legitimidad social en los países al sur del Río Bravo. A pesar del importante auge del consumo de sustancias ilícitas en el resto del mundo, América Latina incluida, desde principios de los años 90, los Estados Unidos siguen siendo el mercado nacional de consumo de drogas más grande del mundo, y por consiguiente el blanco principal del “narcoexportador” latino. Es el país donde se vende la mayor parte de su “gallo” (mariguana), su “perico” (cocaína) y su “chiva” (heroína).

Asimismo, es de los Estados Unidos de donde provienen muchas de las armas que el narco usa indiscriminadamente, especialmente el “cuerno de chivo” como se denomina en México a la ametralladora AK-47, y los bienes de consumo que alimentan su muy ostentador modo de vida. Allí están, también, algunas de las cuentas bancarias donde guarda sus narcodólares. Otras se encuentran en Europa, por ejemplo en España, de donde provienen los toros de lidia y los caballos de paseo que son objetos de afición de muchos narcos a lo largo y ancho de América Latina.

Pero más allá del imaginario popular, la legitimidad de la que goza el narcotraficante no es solamente del tipo que puede comprarse con su “plata” o extorsionar con su “plomo, estos dos “metales” estando entre los más famosos argumentos de persuasión del ya citado “Don Pablo” Escobar. La legitimidad del narco también implica aspectos más políticos. Tal como lo hicieron Escobar y su “Cártel de Medellín”, y algunos años después, el capo mexicano Amado Carrillo Fuentes muerto en 1997[17], alias “El Señor de los Cielos”, y su “Cártel de Juárez”, el narco sabe promover sus intereses y defender su impunidad al tocar una cuerda sensible de la opinión pública latinoamericana: el nacionalismo antiestadounidense.

El narco latino se declara nacionalista porque se opone a la injerencia estadounidense que viola la soberanía nacional de su país. Los estadounidenses replican, no sin algo de razón, que esta postura ideológica, que ellos califican de “narconacionalismo”, se debe sobre todo al temor que los traficantes tienen de ser extraditados e ir a dar con sus huesos en una prisión de Estados Unidos.

El racismo que se ha expresado a través de las leyes antidrogas estadounidenses desde su creación en el último cuarto del siglo XIX y hasta el día de hoy, participa también, así fuera de manera indirecta, en el proceso de legitimación de los narcos en América Latina.

La primera ley antidrogas estadounidense fue adoptada en 1875 por el municipio de San Francisco, California, para prohibir el consumo de opio a los emigrantes chinos (y solamente a ellos)[18]. El modelo estadounidense de “drug control”, del cual se inspiran actualmente la legislación internacional así cómo las leyes y prácticas de muchos países, se basa en la premisa dogmática que el uso de estupefacientes es moralmente reprensible, y por ello los “empresarios de moral”[19] que construyeron y mantienen la prohibición se las han ingeniado para propagar un miedo a las drogas, exteriorizándolas al asociarlas con espacios sociales, culturales y geográficos portadores de una alteridad amenazante etiquetada de “inamericana” (un-American). Desde el origen, ciertos usos de ciertas drogas han sido ligados a grupos que la sociedad dominante blanca, anglosajona y protestante (WASP) ya estigmatizaba y (des)consideraba como amenazas sociales “exteriores” al colectivo de identificación: los pobres y las minorías no blancas, outsiders confinados en los márgenes pero acusados de instrumentar las drogas para lanzarse a la “conquista” de la América WASP[20]. Cronológicamente, la primera minoría socioétnica así estigmatizada fue la china; la segunda fue la mexicana.

En nuestra época, las leyes antidrogas hiperepresivas aplicadas en Estados Unidos desde mediados de los ochenta, y que el gobierno federal intenta generalizar al mundo entero empezando por América Latina, han transformado ese país en uno de los primeros en el mundo por el número de presos, tanto en términos absolutos como en relación con el total de sus habitantes. De acuerdo con las cifras del gobierno de Washington, a finales del 2002 había en total más de dos millones de presos en The Land of the Free (La Tierra de los Hombres Libres)[21].

Pero pareciera que no todos son iguales ante la ley. Mientras que constituyen el 74% de la población total de Estados Unidos, los estadounidenses blancos y protestantes de origen anglosajón, los “WASP”, representan tan sólo un 39% de la población carcelaria. En cambio, los estadounidenses negros y los de origen latinoamericano, que en conjunto representan apenas un 22% de la población, constituyen más del 60% de los presos[22]. Ni el antiguo gobierno racista de África del Sur en la época del apartheid había alcanzado las abrumadoras cifras carcelarias estadounidenses.

En estas condiciones, y dados los graves problemas sociales y económicos que azotan América Latina, así como el tradicional “antigringuismo” de muchos de sus habitantes, no le es difícil al narco convencer a muchos que, después de todo, él no hace más que ganarse peligrosamente la vida burlando a los agentes de un gobierno opresivo.

De manera general, el tema del narcotráfico se ha añadido a la larga lista de disputas que alimentan el nacionalismo antiestadounidense en América Latina, como lo ilustra el siguiente extracto de una canción del grupo “metal” mexicano Molotov:

Frijolero

Yo ya estoy hasta la madre de que me pongan sombrero

Escucha entonces cuando digo: no me llames frijolero

Y aunque exista algún respeto y no metamos las narices

Nunca inflamos la moneda haciendo guerra a otros países

Te pagamos con petróleo nuestra deuda

Mientras tanto no sabemos quien se queda con la feria

Aunque nos hagan la fama de que somos vendedores

De la droga que sembramos ustedes son consumidores

[...]

Now why don’t you look down to

Where your feet are planted

That U.S. soil that makes you take shit for granted

If not for Santa Ana, just to let you know

That where your feet are planted would be Mexico

Correcto!

(Ayala, Ebright, Huidrobo)[23]

El narco útil: Instrumentación

Sin embargo, este conflicto, en apariencia irremediable, no impide las alianzas tácticas, o incluso estratégicas, entre narcos latinos y “justicieros” estadounidenses, cuando ambos encuentran intereses comunes. Por ejemplo, ese fue el caso durante la guerra en Nicaragua cuando, con el apoyo de la CIA, los guerrilleros de la Contra, que confrontaban al gobierno sandinista, financiaron una parte de su lucha con el tráfico de cocaína[24].

Desde un punto de vista global, se podría pensar que el comercio de la droga genera riqueza, mientras que las políticas neoliberales aplicadas por la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos desde la “crisis de la deuda” en los años 80, bajo la presión del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, han extendido la pobreza al concentrar aún más riqueza entre las manos de pequeños grupos oligárquicos. Pero hay que matizar esta oposición entre un narcotráfico pródigo y un neoliberalismo empobrecedor. Ya que si una parte del narcomaná permite a ciertos sectores, sobre todo rurales, salvarse de la completa indigencia, la mayor parte se queda con los “capos” del narcotráfico, sus socios en el comercio legal y la banca, y sus protectores policíacos, militares y políticos. En efecto, a nivel macroeconómico, una vez que el lavado de dinero en Estados Unidos, América Latina, Europa y en los paraísos fiscales les han dado una fachada de respetabilidad, los narcodólares son inyectados en la economía legal, participan al pago de la deuda, irrigan el sistema financiero internacional y, por lo tanto, estimulan el sistema neoliberal.

Como todos los hombres de negocios que se respetan, los narcos han sabido tender lazos con las clases políticas, sobre todo mediante la financiación de campañas electorales e insertándose en las redes clientelares que definen el juego político de la mayoría de los países latinoamericanos. Redes que, justamente, sufrían la amenaza de agotarse, ya que gran parte de los recursos generados en América Latina se dirigía (y se sigue dirigiendo) hacia el norte, para pagar los préstamos. En algunos países, los narcos se volvieron políticos, y en otros, son los políticos los que se volvieron narcos. A tal punto, que muchas veces ya no se sabe muy bien quién es quien. En México, antes de la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del año 2000, se hablaba de “narcosistema”, de “narcopolíticos” y de “narcodemocracia”[25]. Sin embargo, la “narcopolítica” dista de ser un tema exclusivamente mexicano, pues el fenómeno se dio, según los periódicos y el conjunto rock Bersuit, hasta en la Argentina neoliberal y “carnalmente” relacionada a Estados Unidos del presidente Carlos Menem:

Sr. Cobranza

[...]

Que cocinen a la madre de Cavallo y al papá

[...]

o a su amigo el presidente no le dejen ni los dientes

porque Menem, Menem,

porque Menem se lo gana

y no hablemos de pavadas

si son todos traficantes,

[...]

y si no el sistema qué...

no me digan se mantiene con la plata de los pobres

eso sólo sirve para mantener algunos pocos, ellos transan, ellos venden

y es sólo una figurita el que esté de presidente

porque si estaba Alfonsín

el que transa es otro gil

Son todos narcos, y de los malos

y si te agarran con un gramo

[...]

se viene la policía, de seguro que vas preso,

y así sube, la balanza,

el precio también sube,

también sube la venganza;

y ahora va, ¿ahora qué?

son todos narcos, y el presidente

es el tipo que mantenga más tranquila

a nuestra gente

“llega plata del lavado”

mientras no salte la bronca

el norte no manda palos

[...]

¡Adiós el muro, stalinista!

los demócratas de mierda y los forros pacifistas, todos narcos, son todos narcos

son todos narcotraficantes,

se transmiten por cadena,

son de caos, paranoiquean,

[...]

te persiguen si sos pobre, te persiguen si fumás, si tomás, si vendés

si fumás, si comprás un pobre toco

que lo hacés para comer

[...]

¿Ahora qué, qué nos queda?

Elección o reelección

para mí es la misma mierda

¡Hijos de puta! En el Congreso,

hijos de puta en la Rosada

y en todos los ministerios

[...]

Porque en la selva, se escuchan tiros

y son las armas de los pobres

son los gritos del latino...

Porque tienen el poder

y lo van a perder...

[...]

(Hernán De Vega, 1999)[26]

En América Latina, seguido se trata de los mismos políticos quienes, mientras que denuncian el intervencionismo estadounidense y la corrupción de sus predecesores, utilizan los narcodólares para lograr ser electos y, una vez en el poder, aplican las recetas neoliberales del FMI y las medidas represivas y perfectamente ineficaces de lucha contra “la droga” impuestas mediante la “narcodiplomacia” de Washington...

Tenemos aquí un “cocktail” explosivo cuyos dos ingredientes principales son las políticas económicas, que concentran la riqueza y extienden la pobreza, y medidas de tipo judicial, que reprimen violentamente la criminalidad que la pobreza genera, pero sin nunca acabar con ella.

Pareciera entonces que el narco y su “fina” colección de bestias están bien instalados en el escenario latinoamericano. Pero los bestiarios son equívocos, en ellos caben todo tipo de animales, los nobles, los peligrosos y los despreciables. Como lo revela la trayectoria de Tito, al confundir con respeto el temor que inspira, el narco bien puede caer dentro del bestiario... pero del lado fangoso:

Calle Luna, Calle Sol

Comencemos con mi brother Tito

El se hizo rico vendiendo perico

A los 19 años ganaba más que un doctor

Nadie en Calle Sol, Calle Luna vivía mejor

Making mucho money él vivía high class

El lo tenía todo pero quería mucho más

Pues él siguió con su negocio peligroso

Comprando y tumbando, él era un puro mafioso

Hasta el día que a Tito lo ficharon

Temprano le chequiaron y lo esperaron

El no pensó que un león que tumbó

Quería su revancha porque no se murió

Tito fue a chequiar como se movía la avenida

Y darse una cerveza en la bodega de la esquina

El no vio un carro que venía de su lado

Con vidrios ahumados y cuatro tigres bien armados

Antes que Tito pudo hacer algo

De a peso los tiros ya se estaban disparando

Cuando la gente vio lo que estaba pasando

En un baño de sangre Tito ya estaba nadando

Con pistola en mano y la mamá llorando

Pidiéndole al hermano porqué a Tito lo mataron

Vino la policía a investigar lo que pasaba

Vecinos vieron todo pero nadie dice nada

[...]

Todos le tenían miedo

Pero nadie lo respetaba

Al fin murió como un perro

Con un balazo y una puñalada

(Willy Colón, Mangu)[27]

NOTAS


[1] La más famosa fue tal vez “Lola la Chata”, quien al parecer controlaba el tráfico de drogas en Ciudad de México en los años 50. Esta fama se debe a que el novelista estadounidense William Burroughs, gran aficionado de las drogas, habló de ella en su obra autobiográfica Junky (Ace Books, New York, 1953 y ediciones posteriores). En los años 70 y 80, destacó la colombiana Griselda Blanco , alias “La viuda negra” o “La madrina”, véase el sensacionalista: Smitten, R. (1990): The Godmother, Pocket Books, New York.

[2] Astorga, L., (1995): Mitología del narcotraficante en México, Plaza y Valdés, México, D.F.

[3] Otros grupos especializados incluyen: Los Tigres de la Frontera, Los Tigrillos, El Puma de Sinaloa, Los Alazanes del Norte, etc.

[4] Miles de personas presenciaron los recitales de Los Tigres del Norte durante su gira de España en julio de 2003, Gutiérrez, M. (2003): “La conquista de los incansables reyes de los ‘narcocorridos’”, El Mundo (Madrid), 28 de Julio.

[5] Entre otros casos, a principios del 2003 las emisoras radiofónicas de cuatro estados mexicanos decidieron censurar el corrido de Los Tigres del Norte: La Reina del Sur, inspirado en la novela del español Arturo Pérez Reverte (Alfaguara, Madrid, 2002). La heroína del libro, la sinaloense Teresa Mendoza Chávez, alias “La Mejicana”, es forzada a huir de México a España, donde se convierte en la “reina” del narcotráfico en el sur de Europa. El tema y parte del estilo de la novela son inspirados en las obras del novelista sinaloense Élmer Mendoza: Un Asesino Solitario (Tusquets México, México D.F., 1999) y El Amante de Janis Joplin (Tusquets México, México D.F., 2001).

[6] Gran parte de la infraestructura y de los métodos, de contrabando usados hoy en día para pasar drogas a Estados Unidos desde México ya servían para traficar con alcohol durante la Prohibición.

[7] Transcripción tomada de Astorga (1995), op. cit., pp. 127-128. La canción también puede ser escuchada en el CD: Los Tigres del Norte (s/f): Temas de películas, corridos originales, Musivisa, México, D.F. Cabe precisar que el último verso se ha vuelto falso, ya que se escribieron y publicaron dos episodios más: “Ya encontraron a Camelia” (1977) y “El Hijo de Camelia” (1980). Se conforma así lo que podríamos llamar la “Trilogía de Camelia”, hasta que se le añada otro capítulo...

[8] Un Narco se confiesa y acusa: carta abierta al pueblo colombiano. Editorial Colombia Nuestra. 1989 (obra anónima que algunos observadores atribuyen a Pablo Escobar). J.R. Ewing, un empresario petrolero tejano sin escrúpulos, es el “héroe” de Dallas, exitosa telenovela de los años 80.

[9] Perico = cocaína; gallo = marihuana; chiva = heroína

[10] Mario Quintero Lara (1995): “Mis Tres Animales”, en Los Tucanes de Tijuana: 14 Tucanazos bien pesados, Alacrán Productions Inc., distribuido por EMI Music Mexico.

[11] Mario Quintero Lara (1996): “Pellizcando el Animal”, en Los Tucanes de Tijuana: 14 Tucanazos bien picudos, Alacrán Productions Inc., distribuido por EMI Music Mexico.

[12] Astorga, L. (2004): “L’hégémonie des Sinaloans sur le trafic de drogues illicites au Mexique”, in Hérodote, “Géopolitique des drogues illicites”, n° 112, mars.

[13] Cabe precisar que Jesús Malverde no es reconocido como santo por la iglesia católica, y por lo tanto es un “santo pagano”.

[14] Astorga, L., (1995), op. cit., p. 97.

[15] Paisa: nativo del departamento colombiano de Antioquia, cuya capital es Medellín.

[16] Transcripción tomada de Astorga, L., (1995), op. cit., p. 96.

[17] La vida y “hazañas” de Amado Carrillo Fuentes se celebran en: Andrade Bojorges, J. (1999): La historia secreta del narco: Desde Navolato vengo, Océano, México, D.F.

[18] La primera ley federal de prohibición de drogas fue el Harrison Narcotics Tax Act de 1914, que trataba fundamentalmente del opio, pero cuya filosofía fue después aplicada a otras sustancias (por ejemplo la marihuana en 1937).

[19] Becker, H., Outsiders, Métailié, Paris, 1985 (1963), capítulo. 8 ; véase también Epstein, J., Agency of Fear: Opiates and Political Power in America, Verso, New York, 1990 (1977), cap. 1 a 3.

[20] Sobre estos aspectos, véase el trabajo “clásico” de Musto, D., The American Disease: The Origins of US Narcotics Control, Oxford University Press, New York, 1987 (y otras ediciones), cap. 2 y 3 ; y Becker, op. cit. cap. 7.

[21] De acuerdo con las cifras oficiales más recientes disponibles cuando se escribe este artículo, había 2,166,260 presos en Estados Unidos el 31 de diciembre de 2002, de los cuales aproximadamente el 25% habían sido condenados por una infracción a las leyes antidrogas; véase Bureau of Justice Statistics (2003): Prisoners in 2002, NCJ200248, Washington, July, pp. 1 y 11. La relación entre “guerra a la droga” y explosión de la población carcelaria en Estados Unidos se analiza en Laniel, L. (2003): “Drogas y criminalidad”, Sociológica, n° 51, enero-abril.

[22] Exactamente, el 63.2%, Bureau of Justice Statistics (2003), op. cit., Table 13, p. 9.

[23] Ayala, Ebright, Huidrobo (2002): “Frijolero”, en Molotov: Dance and Dense Denso, Surco Records/Universal Music Argentina.

[24] Ver Peter Dale Scott & Jonathan Marshall (1991): Cocaine Politics, Drugs, Armies and the CIA in Central America, University of California Press, Berkeley and Oxford.

[25] Ver Eduardo Valle Espinosa (1995): El segundo disparo. La narcodemocracia mexicana, Océano, México, D.F.

[26] Hernán De vega (1999): “Sr. Cobranza”, Bersuit: Libertinaje, Universal Latino, Buenos Aires.

[27] Willy Colón (1998): “Calle Luna, Calle Sol”, en Mangu, Polygram Colombia S.A., Bogotá.


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