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Violencia y marihuana: Usos del “tabaco del diablo” en el Ghana contemporneo

Laurent Laniel

Versin revisada y actualizada del articulo publicado en Inchaurraga, Silvia (compiladora): Drogas y Drogadependencias, Teora, Clnica e Instituciones, CEAD-SIDA, Universidad Nacional de Rosario (UNR), Rosario, 1997.
NB: Dra. Silvia Inchaurraga es presidente de la Asociacin de Reduccin de Daos de la Argentina (ARDA).

Introduccin*

Droga y violencia a menudo van juntos. En este fin del siglo XX los dos fenmenos han llamado la atencin y provocado la preocupacin de las instituciones pblicas, la prensa y los investigadores de ciencias sociales. En Estados Unidos la lucha contra “la droga” se justifica regularmente por la necesidad de combatir la violencia urbana. Qu decir de los nexos entre droga y violencia en un pas como Colombia? La amalgama en la que se envuelven, en los discursos oficiales, los dos conceptos, es sin duda alguna apresurada, pero no completamente fantasiosa. As, veremos que una representacin muy antigua relaciona estrechamente droga y violencia. Parece entonces til la exploracin, aunque sea breve, de las relaciones que puedan existir o que se dice que existen, entre droga y violencia.

A partir de los resultados de una investigacin sobre el consumo del cannabis en el medio urbano ghans, llevada a cabo en 1995, este trabajo se propone mostrar cmo la percepcin de los efectos del cannabis que prevalece entre una gran parte de sus usuarios en Ghana, constituye un medio para afrontar la violencia a la que necesariamente se enfrentan para sobrevivir en una sociedad sometida a una economa de penurias y una reparticin desigual de la riqueza.

Propondr, en una primera etapa, una breve tipologa descriptiva de los lazos existentes entre droga y violencia. En seguida presentar los resultados, pertinentes a este trabajo, de la investigacin de terreno en Ghana. Finalmente, examinar estos resultados a la luz de la tipologa propuesta, para intentar aclarar los nexos entre el consumo del cannabis en Ghana y lo que yo calificara como “violencia de la modernidad”, tomando el trmino de Le Bot[1].

I. Breve tipologa de las relaciones entre droga y violencia

Cuales son las relaciones que se establecen con ms frecuencia entre droga y violencia? La bsqueda bibliogrfica realizada para este artculo demuestra que en general la violencia relacionada con el “fenmeno de la droga”[2] es instrumental. Es decir que participa a la ejecucin de estrategias de los actores para quienes la violencia tiene sentido: es percibida y justificada por los diferentes actores que la llevan a cabo como un medio racional, en tanto que eficaz, o que se percibe como tal, para lograr los fines planeados. No obstante, es posible distinguir dos categoras principales de violencia relacionada a la droga. La primera se refiere a la prohibicin de la produccin, del comercio y el consumo de ciertas substancias que los Estados, principalmente occidentales, instauraron al principios del siglo XX y que se esfuerzan por hacer respetar. La segunda relaciona ms directamente drogas y violencia: se trata de la violencia producida por el efecto de la droga. Esta no tiene conceptualmente ningn lazo con la prohibicin en la medida en que si hay consumo, es por que o bien la prohibicin no est en vigor, o bien, sta no ha podido ser efectivamente aplicada.

a) La violencia ligada a la prohibicin

La violencia ligada a la prohibicin es un fenmeno tpico del siglo XX en el cual el monopolio legtimo de la violencia del Estado juega un papel central. A pesar de que evidentemente no existen datos en cifras acerca del tema, parece razonable considerar que en la actualidad, es la prohibicin lo que cuantitativamente provoca ms violencia relacionada a la droga. Podemos distinguir tres tipos fundamentales de violencia ligada a la prohibicin. Los dos primeros estn relacionados a la prohibicin legal de la droga, el tercero, que es menos comn, lo est a lo que pudiera llamarse la prohibicin social.

i) Violencia del Estado

El primer tipo de violencia ligada a la droga es el ms importante, ya que es el que determina la existencia del segundo y legitima, en cierta medida, la existencia del tercero. Se trata de la violencia efectuada por los Estados para hacer respetar las leyes que hacen ilegales la produccin, el trfico y el consumo de la droga. Esta violencia es ejercida por los cuerpos de polica y los aparatos judiciales, y cada vez ms, sobre todo en el continente americano, por las instituciones militares. En este caso es el control del consumo de drogas lo que ocasiona la violencia: el objetivo de la “guerra” es terminar, a travs de la violencia de Estado, con el consumo de estupefacientes que realiza una proporcin considerada importante de la poblacin. La violencia del Estado se ejerce en diferentes grados de intensidad, de acuerdo con las pocas y los pases, en contra de los consumidores de drogas, de los traficantes y de los productores. La violencia del Estado no siempre implica la muerte de aquellos a quienes la aplica, o el sufrimiento fsico de las personas. Se traduce regularmente por la privacin de la libertad. Los antecedentes histricos ms conocidos de la utilizacin de este tipo de violencia se encuentran en “la guerra del opio”, de China en el siglo XIX (1839-1842; 1856-1858). El ejemplo actual ms temible de su utilizacin a ultranza es la “guerra contra las drogas”, la “War on Drugs”, que llevan a cabo oficialmente los Estados Unidos desde mediados de los aos 1980. En efecto, la poltica estadounidense de control de estupefacientes se basa principalmente en la represin. Esta guerra supuestamente “contra las drogas” recurre al uso de la violencia legtima del Estado contra los diversos actores sociales, y/o los individuos que integran la sociedad y que consumen, producen y/o comercian con los estupefacientes. Sin embargo, la legitimidad del uso de la fuerza como principal medio de lucha contra las drogas ha sido fuertemente puesta en duda en Estados Unidos dada su incapacidad por alcanzar el objetivo fijado, a saber: una reduccin significativa del consumo de drogas en el pas[3]. Este fracaso patente, demostrado pblicamente y denunciado una y otra vez en todos los tonos desde hace por lo menos una dcada por parte de algunos intelectuales y miembros de la sociedad civil, no ha tenido ms que un impacto limitado en la lnea seguida por el gobierno federal y la mayora de los Estados en materia de droga: el recurso a la violencia del Estado contina siendo el medio de lucha privilegiado. En estas condiciones, podemos sugerir la hiptesis de que existe un desvo de la instrumentalizacin de la violencia del Estado: los objetivos anunciados por el Estado no son los que en la realidad se persiguen. De esta manera la poltica antidrogas estadounidense servir para algo diferente a la lucha eficaz contra la droga, por ejemplo justificar la existencia de un presupuesto importante que permita la existencia de diversas agencias de estado, dedicadas supuestamente a combatir el fenmeno, y como un pretexto ms al intervencionismo de Estados Unidos, particularmente en Amrica Latina. An siendo imposible proponer una respuesta en el marco de este trabajo, podemos, en estas condiciones, interrogarnos acerca de la legitimidad de la violencia del Estado de la nacin estadounidense, puesta en duda por numerosos miembros de la sociedad.

ii) Violencias econmicas: violencia presupuestaria y violencia de mercado

La prohibicin en Occidente, a principios del siglo XX, de la produccin, comercio y consumo de drogas con fines no aprobados por la ciencia mdica dominante, dio lugar a otro tipo de relaciones entre droga y violencia. Este es econmico y se puede subdividir en dos subcategoras. Ninguna de esas dos subcategoras es legal, a pesar de que la primera pueda implicar la presencia de actores institucionales actuando en nombre del Estado. En ese caso, podemos hablar de violencia de Estado no legtima, o en todo caso ilegal. Este tipo de relacin econmica entre droga y violencia es consecuencia de que el comercio de estas substancias es extremadamente benfico si se puede obtener, a pesar de la prohibicin, es decir si se logra evitar o de algn modo sortear la violencia del Estado.

La primera subcategora responde a un imperativo presupuestario de la violencia organizada, es decir de la guerra (civil o exterior). En este caso no es el consumo de drogas la causa del conflicto o la razn de la violencia; es el comercio de estupefacientes el instrumento que permite la ejecucin efectiva de la violencia, que generalmente sirve para financiar la compra de armas. Es la misma lgica presupuestaria[4] que encontramos en diferentes pocas y en diferentes lugares: desde la implicacin de los servicios secretos franceses en la guerra de Indochina y posteriormente de los espas estadounidenses en la guerra de Vietnam, en el trfico de opio y de herona[5] , as como de la cocana durante la guerra anticomunista en Amrica Central en los aos 1980[6], hasta el trfico de cannabis, cocana y herona que contribuy al financiamiento de las diferentes facciones en guerra en la antigua Yugoslavia,[7] pasando por el papel que jugaron, y siguen jugando, el opio y la herona en la lucha entre la dictadura militar birmana del State Law and Order Restoration Council (SLORC)[8] y diferentes grupos armados, extrados de minoras tnicas[9], papel que jugaron estas mismas substancias en la guerra entre los soviticos y la resistencia afgana[10], los kurdos de Anatolia y las autoridades turcas[11], los albaneses del Kosovo y el gobierno de Belgrado[12], sin olvidar a la industria de la cocana en el conflicto entre Sendero Luminoso y el gobierno peruano[13], las guerrillas colombianas, los paramilitares y el gobierno de Bogot[14], etc.

La segunda subcategora de relaciones econmicas entre droga y violencia proviene de la necesidad de los traficantes de poseer y, generalmente, llevar a cabo, un potencial violento con el fin de hacer respetar los “contratos” que comprometen a los diferentes agentes participantes en el comercio y de protegerse de la competencia (que incluye al Estado). Aqu la violencia es necesaria ya que la prohibicin de la droga significa, no solamente que el Estado intenta acaparar la “propiedad” de los traficantes, sino que adems, ste no se hace cargo de la seguridad de las mltiples transferencias y arreglos que constituyen los eslabones, y son por lo tanto lugares de violencia potenciales, de la cadena que liga al productor y al consumidor. De hecho, en este caso se trata de una “violencia de mercado”, ejercida por los agentes econmicos, dirigida hacia ellos mismos y entre ellos mismos. El ejemplo, sin duda ms clebre y espectacular de esta “violencia de mercado” es la “guerra” que confront, a principios de los aos 1980, a los traficantes colombianos y sus homlogos cubanos por el control del mercado de cocana de Miami, el ms grande del mundo en aquel momento[15]. Actualmente, El Caribe a perdido su preponderancia en provecho de la frontera entre Mxico y Estados Unidos. El norte de Mxico es teatro de muertes violentas en serie. El arresto, y la posterior “expulsin” hacia los Estados Unidos, en enero de 1996, en condiciones no muy claras, de Juan Garca brego, supuesto jefe de una de las ms poderosas organizaciones mexicanas de traficantes -el “Crtel del Golfo”-, estrechamente ligado al gobierno del presidente Salinas, no es, sin duda alguna, fortuito en esta ola de muertes. Esta ola bien parece estar ligada a una redistribucin del mercado de contrabando de drogas en direccin a los Estados Unidos[16] entre las grandes organizaciones internacionales, estructuradas a la base de una divisin jerrquica de obligaciones - entre las que se encuentran la administracin de la violencia - que acaparan el mercado[17].

Versiones a escala reducida de esta guerra entre bandas que pueden darse, por ejemplo, por el monopolio del negocio en un “block” de cualquier ghetto estadounidense, se llevan a cabo casi cotidianamente en innumerables ciudades del mundo. Notemos adems que la industria de la droga caracterizada por la “violencia del mercado” a favorizado, sobre todo en Colombia, el desarrollo de un mercado de la violencia, es decir, de la industria del asesinato, que se conoce en ese pas bajo el nombre de “sicariato”. Las necesidades de violencia en la industria de la droga colombiana han contribuido a hacer de la violencia un servicio que se intercambia por dinero. En este caso, la violencia se convierte en una mercanca que sostiene un modo de vida particular, el de los sicarios, nombre con el que se conoce a los jvenes que viven de la industria del asesinato en Colombia[18]. Un mercado similar, que sin embargo no ha alcanzado las proporciones del caso colombiano, existe tambin en Mxico, donde los traficantes de droga son grandes empleadores de quienes los mexicanos llaman “pistoleros”.

iii) Violencia social

Finalmente, debemos mencionar un tercer tipo de relaciones entre drogas y violencia inducidas por la prohibicin. Le he llamado “prohibicin social” ya que la violencia en este caso es el resultado de la voluntad de ciertos actores no estatales, o que en todo caso no actan en nombre del Estado, para eliminar fsicamente a los consumidores y a los pequeos vendedores de drogas de su entorno. Encontramos rasgos en algunos barrios de grandes ciudades colombianas donde se encuentran activos “grupos de limpieza social”, que se organizan con el fin de eliminar a los fumadores de basuko y a los vendedores de esta droga. Estos ltimos no son, sin embargo, las nicas vctimas, y esta forma de violencia no solamente est ligada a la droga, aunque parece lo suficientemente particular como para mencionarse aqu.

b) La violencia ligada al consumo: violencia experimentada voluntariamente bajo influencia

La segunda gran categora de relaciones entre droga y violencia est mucho menos documentada que la que ha sido mencionada con anterioridad: es la violencia generada bajo la influencia de la droga. Esta categora incluye dos subgrupos: el primero est poblado de casos en donde el consumo de drogas est especficamente instrumentalizado con el fin de facilitar las actuaciones violentas; se trata por ejemplo de estimular el valor de un soldado en el combate o de volverlo inconciente del peligro. Es una instrumentalizacin ofensiva del consumo de droga, la violencia que resulta se origina en el individuo para aplicarse a su entorno. El segundo subgrupo se caracteriza por una relacin inversa entre el individuo y su medio ambiente e incluye los casos en los que el consumo de la droga sirve para soportar lo que se percibe como una agresin externa. Esta es una instrumentalizacin defensiva que permite al individuo afrontar una violencia, no ejercerla. Este segundo subgrupo lo describiremos en la tercera parte con ayuda de las informaciones extradas del estudio hecho en Ghana.

i) Instrumentalizacin ofensiva: el “modelo de los Haschischins”

Aparentemente la relacin instrumental ofensiva entre drogas y violencia es bastante antigua. Es en la historia, o ms bien probablemente, en la mitologa de Medio Oriente que debemos buscar sus orgenes, por lo que le llamaremos el “modelo de los Haschischins”. Los Haschischins (del cual se deriva etimolgicamente la palabra “asesino”), miembros de una secta ismaelita que existi del siglo XI al XIII en Asia Central, eran fundamentalistas religiosos que combatan, a travs del asesinato selectivo - una especie de terrorismo antiguo - a los seores feudales de la regin. La audacia y el salvajismo de sus crmenes eran tales que se les acusa, tal vez errneamente[19], de ser capaces de cometer semejantes actos solamente bajo la influencia del hachs. La pocin mgica de Panoramix, el druida amigo de Asterix, famoso personaje de cmics, la cual otorga a los galos una fuerza sobrehumana que les permite apalear a los romanos, es sin duda una expresin de esta antigua representacin, importada a Europa a travs del “Libro de las Maravillas” de Marco Polo. Este modelo de relaciones entre droga y violencia, a pesar de basarse en un mito, nos es til para describir lo que se ha dado por llamar “la toxicomana de guerra”, es decir el uso de las drogas sirve para estimular la valenta en el combate y/o desaparecer el dolor provocado por los traumatismos fsicos o squicos causados por la guerra. El primer caso es el que nos interesa: la necesidad de infligir la violencia es percibida como tan anormal que se debe recurrir a la ayuda de un elemento exterior. Hemos encontrado nicamente un solo ejemplar de informacin publicada que ilustre este modelo en la poca actual. Se trata de testimonios de milicianos libaneses recolectados por el siquiatra libans Antoine Boustany en 1975 en Beirut, durante la guerra. Un joven miliciano, tratado por Boustany, bajo una crisis de locura debida a la absorcin de una dosis muy fuerte de alcohol y hachs, le confa que adquiri el hbito de fumar hachs siguiendo los consejos de un amigo, para “sentirse valiente, audaz, intrpido, para olvidar el miedo” y de esta manera ser bien visto por sus jefes[20]. Otro ms, a quien se le haba confiado el mando de un puesto particularmente difcil en el frente de batalla, y que acudi al siquiatra para tratar su problema de dependencia a la cocana, le declara: “Efectivamente, desde el momento en que la tom, doctor, sent que mis fuerzas se duplicaban, mi energa no tena lmites [...] y en las maanas, luego de un combate de siete u ocho horas seguidas, me senta tan ligero y dispuesto como al principio de la tarde”[21]. Este mismo miliciano haba confesado antes a Boustany que fueron sus jefes los que le haban “aconsejado” consumir la cocana y quienes se la suministraban. Varios periodistas que partieron hacia Bosnia y Croacia durante la reciente guerra, me han afirmado, as mismo, que numerosos combatientes usaban hachs y anfetaminas, la cocana estaba reservada ms bien para los oficiales. A lo largo de una conversacin que tuve en Ghana en 1990 con refugiados liberianos, mis interlocutores sealaron el uso de marihuana por parte de los hombres que formaban parte de los grupos armados confrontados en ese pas. Segn su testimonio, la influencia de la droga explicara las atrocidades cometidas por esas facciones en contra la poblacin civil.

A partir de los datos presentados en esta parte, sobre las relaciones entre el consumo de drogas y la ejecucin de la violencia, podemos afirmar que la confusin de conceptos que se da en la retrica oficial no es una pura fantasa. Es muy probable que los individuos en situacin de ejercer la violencia durante largos perodos, por ejemplo durante una guerra, crean que en efecto el consumo de drogas les ayudar. El que esta creencia, que hemos calificado de “modelo de los Haschischins”, est o no est basada en una realidad objetiva, es un problema muy secundario. Es por ello que queremos insistir, o en todo caso proponer como hiptesis, a partir de los ejemplos dados y que provienen de reas culturales tan diferentes entre s como frica, Europa o Medio Oriente, que el ejercicio de la violencia es percibido como algo tan “antinatural”, es una ruptura con el comportamiento normal de los individuos de la sociedad, que estos ltimos deben generalmente recurrir a un elemento exterior, por ejemplo a una droga, para ser capaces de hacerlo repetidas veces. Esta representacin de los efectos de la droga es, aparentemente, adquirida por los combatientes quienes son a su vez iniciados por sus compaeros. Se trata, por lo tanto, de un fenmeno social, ya que esta representacin de la droga como algo que facilita la violencia, se propaga gracias a la interaccin social de los individuos.

Incluso si el estado actual de la investigacin no nos permite afirmarlo con toda certeza en el “modelo de los Haschischins” (as como la instrumentalizacin defensiva que examinaremos ms adelante), podemos sospechar que se trata de un fenmeno de aprendizaje similar al que Becker describe al hablar de las primeras etapas en la carrera de un fumador estadounidense de marihuana de los aos 1950. Becker demuestra que de hecho, el fumador aprende a “usar la droga por placer”, el efecto de la droga es impuesto por interaccin social, “las explicaciones sicolgicas no son suficientes para hacer comprender el uso de la marihuana, y [...] probablemente ni siquiera son necesarias para ello:”[22] No parece exagerado pensar que si se necesita un aprendizaje para fumar marihuana “por placer”, como lo dice Becker, este tipo de interaccin social ser igualmente una condicin sine qua non de su uso durante la ejecucin de la violencia.

II) Usos de la marihuana en Ghana

Para aquellos que conocen el Ghana actual, parecer sin duda como una aberracin que lo tomemos como ejemplo para un trabajo consagrado a la violencia, incluso si se trata de la violencia ligada al fenmeno de la droga. Si tuviramos que creer los discursos oficiales antes mencionados, este pequeo pas de frica del Oeste, independiente desde 1957, debera presentar tasas de violencia bastante ms altas que aquellas que se observan actualmente. No sin razn, la antigua Costa de Oro Britnica es conocida por toda el frica Occidental y ms all, como un exportador de prostitutas y de una marihuana con excelente reputacin por su potencia[23], llamada “abonsam tawa” (el tabaco del diablo) en el sur de Ghana. Algunos estudios remontan la introduccin del cannabis al pas a mediados de los aos 1940[24]. Adems, traficantes ghaneses estuvieron al origen del desarrollo del cultivo del cannabis en otros pases y as mismo controlan ciertas redes de trfico a partir de esos pases. Ghana es tambin un importante centro de distribucin, un “territorio de trnsito” en el lenguaje de los especialistas, para la reexportacin de herona asitica y de cocana sudamericana (principalmente exportada de Brasil) hacia los mercados de consumo europeos y norteamericanos. Una parte de esas drogas duras se queda en el pas y suministra el mercado local de consumo, en plena expansin[25]. El cannabis, al igual que las otras drogas, est prohibido: su produccin y comercializacin se castigan con penas de 10 aos de prisin, el consumo de 5 aos[26]. Por otro lado, su uso es socialmente condenable en Ghana, esta condena social es muy fuerte y est presente en toda la sociedad. Se considera a los consumidores de drogas como desviados, como degenerados, lo cual permite a la sociedad continuar con la ilusin confortable de que constituyen una pequea minora de desviados. Se trata de la subsistencia de una realidad antigua, desfasada de la realidad actual. A pesar de todo, Ghana es en la actualidad uno de los pases ms tranquilos del mundo y parece constituir una excepcin a la regla que pretende la existencia obligatoria de lazos entre el fenmeno de la droga y la violencia. Veremos que efectivamente, tales lazos existen, pero se presentan de manera diferente a los que estamos acostumbrados a considerar.

Al contrario de lo que sucede en Amrica Andina (sobre todo Bolivia, Colombia y Per) y en Asia (el Tringulo de Oro: Laos, Tailandia y Birmania; y la Medialuna de Oro: Irn, Pakistn y Afganistn), en donde el fenmeno ha sido estudiado largamente y en detalle, la realidad africana de la droga an est, en su mayora, en tinieblas. Los raros estudios que existen son generalmente de tipo epidemiolgico, es decir que abordan el problema del consumo desde una perspectiva sanitaria[27].

La siguiente seccin se apoya en los resultados de una investigacin sociolgica de terreno que se realiz en el sur de Ghana, principalmente en los barrios populares de Accra, la capital, entre junio y julio de 1995. Adems de policas, aduaneros y mdicos, las personas interrogadas en este estudio eran chferes de taxis, meseros de restaurantes, de bares y discotecas (para la alta sociedad y populares) y sus clientes, limpiadores de zapatos, “prostitutas”[28], y por supuesto fumadores y pequeos vendedores de marihuana. El estudio no solamente tom en cuenta las entrevistas con los usuarios de cannabis. Tambin se realizaron recortes de artculos de peridicos, conversaciones con las personas no directamente relacionadas con el fenmeno de la droga[29], observaciones hechas en otras partes, datos econmicos y sociales extrados de diversos libros, etc. Me parece haber puesto al da, a travs de la recopilacin de toda esta informacin, y su ordenamiento posterior en un conjunto coherente, una explicacin indita del consumo de la marihuana entre los sectores pobres, y desde el punto de vista sociolgico, pertinente e importante, ya que toma en cuenta a la mayora de los usuarios, al menos de los usuarios urbanos de cannabis en ese pas.

Entre los sectores sociales pobres de Accra y de las grandes ciudades ghanesas en general, se acostumbra que la venta y el consumo de marihuana se hagan en el mismo lugar, regularmente en terrenos baldos o al interior de edificios abandonados o en construccin. Segn los vendedores y los fumadores, los policas llegan a ir muy raras veces, ya que estos sitios estn situados en los barrios pobres, y no tienen un inters particular para la polica (tambin se dice que estn pagados para hacerse de la vista gorda). Los mismos policas me afirmaron que ellos toleran esos lugares, los cuales conocen perfectamente, como casi todo el mundo en Accra (aunque no todos lo confiesen abiertamente). An en el caso de que existiera la intencin, la polica y la justicia no cuentan con los medios materiales para detener y juzgar a todas esas personas y las prisiones estn sobrepobladas...

a) Resultados

De acuerdo con Borrofica[30] seran los soldados ghaneses y nigerianos que combatieron en las fuerzas britnicas en Asia durante la segunda Guerra Mundial quienes habran introducido el cannabis a sus respectivos pases a su regreso de la India, donde tenan sus bases y en donde haban aprendido a fumar la marihuana. Sin embargo, esta tesis es muy probablemente errnea, puesto que la regiones septentrionales del Ghana y del Nigeria actuales fueron islamizadas desde el Siglo XV y que estn atravesadas por caravanas de camellos transportando productos del mundo arabo musulmn desde hace cientos de aos, mientras que sus zonas meridionales fueron entre las primeras de frica al sur del Sahara en haber sido conectadas al comercio martimo europeo[31]. Es probable entonces que el cannabis era conocido en estas zonas del frica occidental mucho antes que mediados del Siglo XX[32], y podemos suponer que, desde el principio, el cultivo y el uso del cannabis no fueron exclusivos de uno o varios grupos tnicos o religiosos en particular, pero se difundieron muy rpidamente a lo largo y ancho del mosaico tnico y religioso que constituye Ghana. En todo caso, el cannabis actualmente es cultivado y fumado en todo el pas. Esto no significa que la produccin y el consumo se hayan desarrollado con la misma fuerza en todo el territorio. Es en el sur del pas donde inicialmente los dos fenmenos alcanzaron el mximo desarrollo, lo cual indica que el fenmeno del cannabis est estrechamente ligado a motivaciones socioeconmicas. El sur de Ghana, mayoritariamente cristiano o animista, es la regin ms poblada y desarrollada. Los intercambios estn mucho ms monetizados que en el norte musulmn ( en la frontera con el Sahel), muy pobre y desprovisto de infraestructura, y donde la principal actividad econmica es la agricultura de subsistencia. En contraste, desde la llegada de los primeros europeos - portugueses - durante el siglo XV, el sur est directamente conectado con la economa mundial como exportador de materias primas. Se export primero oro y marfil, luego esclavos, productos de palma, y posteriormente cacao, bauxita, diamantes y an, oro, sin olvidar el cannabis. Por razones ligadas a los ciclos de vida de los rboles de cacao, al modo de reproduccin de las cacaoteras, lo cual implica el desmonte constante de nuevas parcelas de selva virgen, y a la extincin de las reservas ghaneses de selva hacia mediados de los aos 1960[33], es posible que los primeros cultivadores de cannabis a gran escala hayan sido los plantadores de cacao, quienes encontraron as un medio de compensar la disminucin del rendimiento de sus plantaciones[34]. An ahora, las principales regiones de produccin de cannabis identificadas por las autoridades son, igualmente, las ms importantes zonas de produccin cacaotera.

Por otro lado, notamos que son los militares quienes se encuentran al origen de su introduccin en el pas y que los primeros consumidores ghaneses de cannabis fueron tambin los militares, es decir personas que deben cumplir con acciones violentas, anormales en la vida comn y que requieren de un estado de nimo particular: el de sobreponerse al miedo, tener valor.

Por lo tanto, el uso de la marihuana est, desde su origen, directamente relacionado en Ghana con lo que podramos llamar una representacin “utilitarista concreta” de los efectos de la planta: no se fuma para divertirse, ni para “reventarse”, ni para tener alucinaciones o inspiracin (salvo en el caso de los artistas, lo que no invalida nuestra observacin, al contrario: la inspiracin es una necesidad vital para el artista), ni para alcanzar un estado de conciencia diferente como en Europa o en Amrica del Norte en los aos 1960/70, sino para llevar a cabo de la mejor manera actividades percibidas como difciles y que conciernen la supervivencia misma del consumidor.

i) Identificacin de los principales sectores sociales consumidores

Esta representacin utilitarista de los efectos del cannabis est an ahora en vigor en el pas: la mayora de nuestros interlocutores justifican su uso afirmando que les da fuerza y les permite trabajar duramente. El consumo de la marihuana se mantiene entonces, por alguna necesidad concreta, generalmente relacionada con la necesidad de ganarse la vida -lo cual a veces puede significar pasar por encima de tabes: robar, prostituirse, y en el caso de los militares, matar o al menos arriesgar la vida. Pero para la gran mayora de los ghaneses pobres, ganarse la vida significa a menudo “simplemente” trabajar largas horas bajo un calor hmedo, en una plantacin o en una construccin, en un taxi, recorriendo las calles para encontrar un cliente si se es vendedor de peridicos o limpiador de zapatos...En sntesis, bajo condiciones difciles, sin comer ms que una sola vez al da, comida que raras veces incluye carne, viviendo en habitaciones frecuentemente insalubres y sobrepobladas. An ahora, los principales usuarios de cannabis en los medios urbanos, y los ms numerosos, siguen siendo los soldados, los cargadores, los chferes de de transporte forneos y urbanos, y sus asistentes (“drivers mates”), los limpiadores de zapatos (generalmente nios que duermen en las calles), los vendedores ambulantes, los obreros de construccin, los policas que hacen guardias nocturnas, los “watchmen” (es decir, los guardianes de las casas de los ricos, que tericamente deben estar en vela toda la noche, y en ocasiones deben enfrentar a los ladrones), las prostitutas, los ladrones y, por supuesto, los vendedores, etc. El consumo del cannabis en provincia tambin parece responder al modelo utilitarista, al menos es lo que podemos inferir a la vista de diversos testimonios que indican que los obreros agrcolas de las plantaciones de cacao, los pequeos campesinos de hortalizas, los pescadores, los mineros de oro independientes a pequea escala (llamados “galamsey”) fuman marihuana. Este grupo, al que se le puede llamar “los descamisados” constituye la gran mayora de la poblacin de Ghana.

Un uso recreativo existe sin embargo en el pas, ste es practicado por los ricos, sobre todo por jvenes de familias propietarias de tierras o de empresas comerciales, miembros de profesiones liberales, altos funcionarios y polticos, as como jvenes expatriados occidentales y provenientes de Lbano y la India. Profesores de la universidad, que forman parte ms bien de una clase media, quienes generalmente fueron formados en Occidente o la antigua URSS (sobre todo en la Universidad Patricio Lumumba de Mosc) se incluyen igualmente entre los usuarios recreativos, a quienes se deben sumar turistas occidentales que son cada vez ms numerosos a pasar sus vacaciones en Ghana. Estos “consumidores recreativos”, trtese de la “juventud dorada” local que se rene en los bares y discotecas de alta sociedad a la moda en Accra, los expatriados, que frecuentan los mismos sitios, los universitarios y los turistas, son minoritarios y no son de ninguna manera representativos de la sociedad ghanesa. Son de hecho, un pequeo grupo de privilegiados.

Podemos entonces decir que, mayoritariamente, el consumo de la marihuana en Ghana no pertenece al dominio de diversiones, al contrario: desde la perspectiva misma de los consumidores, el cannabis es un complemento, una ayuda a la vida profesional de los sectores desfavorecidos, un poco como la cocana en algunos medios profesionales de Occidente, el financiero y de los medios de comunicacin, por ejemplo. Se fuma para ejercer la violencia, para soportar algo que se percibe como ajeno al estado normal, fuera de lugar, un trabajo visto como algo particularmente difcil, un acto violento, pero necesario para sobrevivir. No todos los consumidores necesitan fumar todos los das, algunos no disponen de los medios financieros para comprar el producto o slo sienten la necesidad de fumar ocasionalmente. Es entonces entre las capas de la poblacin que efectan trabajos vistos como peligrosos, frecuentemente con justa razn, que debemos buscar los ms importantes ncleos de consumo de marihuana.[35]

Muy probablemente, la difusin original del cultivo de la planta en el pas tuvo lugar, en un principio, para enfrentar esta demanda interna que surge primero entre los sectores desfavorecidos (hasta mediados de los aos 1960 constituidos principalmente de inmigrantes extranjeros o del norte de Ghana) y despus de las clases altas (que reproducirn el modo de consumo recreativo heredado de los occidentales, con quienes comparten su modo de vida), luego vendrn las clases medias. Estas ltimas han sufrido un proceso sostenido de pauperizacin que comenz a finales de los aos 1960 y culmina a mediados de los aos 1980. Las clases medias han sido afectadas terriblemente por la crisis econmica que dur unos quince aos y cuyos efectos se han acentuado por la negligencia y la corrupcin de los diversos gobiernos civiles y militares que se sucedieron a lo largo de este perodo. Este proceso de pauperizacin de las clases medias las acerc a las clases pobres tradicionales y sin duda alguna llev a las primeras a adoptar la representacin utilitarista concreta de los efectos del cannabis que todava prevalece entre las segundas.

Segn estimaciones empricas de la polica, un 15 % de la poblacin consume cannabis. De acuerdo con cifras de 1993, ao en que la poblacin alcanzaba 16,5 millones de habitantes aproximadamente[36], se deduce que hay alrededor de 2,750,000 de consumidores. Es muy difcil juzgar sobre la precisin de tal estimacin, sobre todo porque no se basa en ningunas estadsticas ni estudio cientfico, pero podemos notar que es superior al promedio estimado de los pases desarrollados, o sea, alrededor del 10 % de la poblacin (entre 4 y seis millones de consumidores en Francia -que cuenta con una poblacin de 55 millones de habitantes- entre 20 y 30 millones en Estados Unidos -que cuenta con 250 millones de habitantes), lo cual no es sorprendente en un pas productor en el que existe una fuerte conexin entre el consumo del cannabis y la actividad profesional de las personas econmicamente desfavorecidas, o sea, actualmente la gran mayora de los ghaneses. Por otro lado, debemos notar que el precio de la marihuana vendida al menudeo en Ghana es bastante bajo, teniendo en cuenta el poder adquisitivo del ghans promedio. El salario mensual en Ghana es de alrededor de 50,000 (cincuenta mil) cdis (1 dlar estadounidense vala 1,200 cdis en julio de 1995, vale an ms en la actualidad, ya que la inflacin es importante en Ghana)[37]. La ms pequea unidad de marihuana vendida en Ghana, llamada “wrap” o “wrapper”, cuesta 100 cdis. Se trata de una dosis lista para fumarse que contiene de 3 a 5 gramos de hierba envueltos en el trozo de papel muy delgado para escribir, que servir para fumarla (de ah el nombre: en ingls el verbo envolver to wrap, significa en pidgin ghans enrollar un cigarrillo de tabaco o de marihuana). A modo de comparacin, un cigarrillo de tabaco al menudeo, de las marcas Rothmans, Embassy o 555, todas fabricadas en Ghana, cuesta 50 cdis, y una copita, un “shot”, de akpeteshe, el aguardiente local, cuesta 100 cdis. El wrap es la unidad de comercializacin ms usada por los utilitaristas concretos.

Por 1000 cdis, es decir el precio de un cajetilla de 20 cigarros de una de las marcas antes mencionadas (una botella de cerveza elaborada en Ghana, de 75 cl, cuesta entre de 600 y 800 cdis) se puede comprar un “packet”, que contiene principalmente flores an en rama y pesa 30 gramos aproximadamente. La hierba se envuelve en papel de bolsa para cemento que no se usa para fumar.

III) Consumo de cannabis y la violencia de la modernidad

De acuerdo con los resultados presentados en la seccin anterior del trabajo y retomando la tipologa establecida en la primera, podemos clasificar a los consumidores ghaneses de cannabis en tres categoras. La primera se constituye de usuarios recreativos, localizados principalmente entre los sectores privilegiados, o en todo caso bien acomodados, de la sociedad. Constituyen la “lite” ghanesa, una minora numrica, que frecuentemente estn aislados de la realidad cotidiana de la mayora de la poblacin. Podemos considerar que su modo de consumo de cannabis constituye una reproduccin del modo de consumo que prevalece en los pases occidentales en los que la marihuana o el hachs se fuman durante momentos de relajacin, de diversin, o en todo caso de inactividad. Esta utilizacin de la planta se relaciona a una bsqueda del placer. Mientras viven en frica, esta lite socioeconmica dirige su mente hacia otros lados: comparte en una gran medida los modos de consumo y las estructuras mentales de Occidente, ya sea porque sus miembros provienen directamente de ese hemisferio (turistas o expatriados) o porque cuentan con los medios y desean imitar al que constituye, por lo menos en Ghana, el modelo dominante de vida a adoptar (expatriados de Lbano y la India, ghaneses ricos -altos funcionarios-, polticos, propietarios de tierras o de empresas comerciales), o bien porque han sido formados en pases ricos (expatriados de la India y Lbano -muchos de los cuales han realizado estudios en Inglaterra, Estados Unidos y Francia- universitarios, ghaneses ricos). Este modo recreativo de consumo del cannabis que prevalece entre los integrantes de estos grupos no tiene relacin alguna con la violencia y, por lo tanto, con el argumento defendido en este trabajo.

Los modos de consumo de las otras dos categoras, en contraste, pueden definirse en relacin a los lazos que tienen con la violencia. Para ello, debemos dividir en dos grupos la categora de los “utilitaristas concretos” presentada antes, de tal manera que se precisen las relaciones que sus miembros establecen con la violencia.

Al usar estas dos subrepresentaciones incluidas en la categora “violencia relacionada con el consumo: violencia experimentada voluntariamente bajo influencia de droga” de nuestra tipologa, a saber: 1) el “modelo de los Haschischins”, caracterizado por una “instrumentalizacin ofensiva” del uso del cannabis, es decir se fuma para ejercer una violencia hacia el exterior, y 2) el modelo de la “instrumentalizacin defensiva”, donde el cannabis sirve para soportar la violencia ejercida desde el exterior sobre el individuo; podemos clasificar a los consumidores ghaneses de cannabis no recreativos en dos grupos. Recordemos que el modelo de los Haschischins y la instrumentalizacin defensiva entran en la misma categora conceptual superior: aquella en la que los efectos percibidos del cannabis corresponden a la necesidad de ejercer una actividad “antinatural”, ms all de las capacidades normales de aquellos que las ejecutan y necesitan, por lo tanto, de una ayuda exterior para poder llevarla a cabo.

Podemos referirnos a los primeros bajo en modelo de los Haschischins. Este modelo integra a todos aquellos para quienes la actividad econmica, es decir la supervivencia, depende de su capacidad de ejercer algn tipo de violencia. Este grupo incluye entonces a los militares (un contingente de este grupo est constantemente en situacin de combate en el marco de la fuerza de interposicin africana oriental en Liberia, el ECOMOG) y los watchmen. Incluimos tambin en este subgrupo a los ladrones de casas habitaciones (el robo no es forzosamente su nica actividad econmica, pero en el momento en que la llevan a cabo, entran en este subgrupo). Estos ltimos no ejercen sistemticamente la violencia contra las personas durante sus actividades, pero pueden verse obligados a hacerlo si son descubiertos. De cualquier manera, su actividad es de carcter ofensivo, es la violencia ejercida contra la propiedad ajena. Adems, los ladrones necesitan valor ya que siempre corren el riesgo de ser sorprendidos, lo que a veces significa librar un combate a muerte o, en todo caso, arriesgarse a ser gravemente herido (los watchmen estn armados con arcos que tiran flechas envenenadas, con machetes y con macanas. Adems no existe compasin alguna hacia los ladrones en Ghana). La violencia aqu es latente. Tambin podemos decir que los policas que fuman entran en esta categora. No obstante, su estatus es ambiguo. En efecto, el caso de consumo de cannabis entre los policas, que tuve la ocasin de constatar personalmente, tendera ms bien a integrarlos en el grupo de los “defensivos”. Los policas a quienes v fumar se encontraban de guardia nocturna en las barreras en las carreteras, en lugares estratgicos de las redes urbanas de caminos y en las entradas de las principales ciudades. No pude entrevistarlos, pero es posible que consideren el uso del cannabis como defensivo, instrumentalizando los efectos con el fin de soportar una velada prolongada en condiciones difciles. Ahora bien, el objetivo oficial de las barreras es el desalentar posibles tentativas de golpes de Estado, y los policas de guardia estaran entonces en capacidad de ejercer la violencia. Los clasificaremos por lo tanto, igualmente en el grupo “ofensivo” que corresponde al modelo de los Haschischins.

En trminos socioeconmicos, este primer subgrupo est constituido por individuos que pertenecen mayoritariamente a sectores medio bajos (los soldados y los policas de base), es decir que no se enfrentan a grandes dificultades econmicas, que comen a sus horas y que tienen una habitacin ms o menos decente, y que incluso pueden ahorrar dado que muchos son alojados y alimentados por su empleador. Sin embargo, provienen de medios rurales o urbanos pobres en trminos socioeconmicos y culturales. Los otros, los ladrones y los watchmen (muy frecuentemente inmigrantes de otros pases o del norte de Ghana) pertenecen a sectores pobres, econmicamente dbiles y socialmente poco considerados. Regularmente tienen ms de un empleo, y trabajan formalmente ms de doce horas al da[38]. Esto les permite contar con un alojamiento (pequeo, insalubre y que generalmente deben compartir con ms personas) y comer (aunque raras veces comen carne, que es muy cara en Ghana).

El segundo subgrupo que instrumentaliza los efectos del cannabis con fines que implican la violencia lo hace por razones defensivas y sus miembros se encuentran entre los sectores socio y econmicamente desfavorecidos. Es el caso ms interesante a analizar ya que jams ha sido, que yo sepa, documentado o estudiado. Esto se debe seguramente al hecho que, por una parte, el consumo de marihuana es en general un fenmeno clandestino, por lo tanto difcil de aprehender. Posiblemente tambin a un relativo desinters que existe con respecto al consumo de marihuana en Ghana y que se extiende a toda frica. Adems, el consumo de drogas en general y de cannabis en particular, se estudia con frecuencia bajo la perspectiva sanitaria o con relacin al beneficio que redita al trfico. Se explica generalmente de manera apresurada como una necesidad de huir a la realidad o como la bsqueda de un placer considerado ilcito. No obstante, este consumo es ms complicado de lo que se trata de hacer ver y sociolgicamente es importante de estudiar este fenmeno que no se ve, del cual no se habla, o se habla muy poco y sin intentar realmente comprenderlo, ya que, por lo menos en el caso de Ghana, tiene que ver con la supervivencia de un gran nmero de personas que pertenecen a los sectores desfavorecidos, es decir, la inmensa mayora de la poblacin.

Este subgrupo incluye, entre los grupos profesionales urbanos identificados en la segunda parte (aunque seguramente habr otros): los cargadores, los chferes de caminos y sus asistentes, los choferes de transporte forneo y urbano[39], los limpiadores de zapatos, los vendedores ambulantes, los jornaleros que se emplean en los mercados o en construcciones, etc. En sntesis, todas las personas que tienen un empleo precario, mal remunerado y que implica generalmente un esfuerzo fsico considerable y constante durante perodos prolongados. Para ellos, los efectos del “tabaco del diablo” sirven para soportar el trabajo que perciben como difcil, una actividad econmica muy ardua pero necesaria para sobrevivir. La violencia infligida sobre este subgrupo es la del medio ambiente que se ejerce sobre los individuos. Est presente en las condiciones extremas de trabajo (en Europa seran calificadas como inaceptables) a las que se deben enfrentar cotidianamente, durante jornadas extensas, a cambio de salarios miserables, que en la mayora de los casos, pero no siempre, les permitirn solamente comer y alojarse. Aquellos que pueden tienen ms de un empleo, que con mucha frecuencia es necesario slo para subsistir, sobre todo si se tiene una familia, lo cual alarga an ms las jornadas. Las presiones econmicas que se ejercen sobre este sector, se traducen igualmente en presiones sociales. Si para alimentar a una familia se debe trabajar 15 horas al da, y si la mayora de la poblacin de hecho lo hace, se crea una presin social que obliga a los individuos a culpabilizarse si no logran trabajar al mismo ritmo acelerado que su vecino. De ah proviene un argumento suplementario para el uso del cannabis.

El consumo del cannabis est relacionado con las condiciones de trabajo, por lo tanto de supervivencia, de la mayora de los ghaneses. Estas condiciones de trabajo dependen directamente de la explotacin a la que est sometida la gran parte de la poblacin al interior de una economa caracterizada por la pobreza extrema (el producto nacional bruto por habitante de Ghana era de 430 dlares en 1993, mientras que en Francia, el mismo ao, era de 22,360 dlares) y una distribucin desigual de la riqueza[40]. Ghana mismo es una nacin que est sometida a la explotacin por parte del sistema econmico mundial, que la ha encajonado en el papel de exportador de materias primas. Esta doble explotacin econmica, una al interior de la otra, tiene como consecuencia condiciones de vida extremadamente difciles para la mayora de la poblacin. El consumo de marihuana en Ghana, sostenido por una representacin defensiva de los efectos de la planta y que prevalece entre los pobres, revela lo que yo llamara la violencia de la modernidad. Se fuma cannabis para afrontar esta violencia, soportarla y sobrevivir. La violencia de la modernidad se traduce, para los pobres de Ghana, en la imposicin de condiciones de trabajo extremadamente difciles en el marco de un sistema de explotacin capitalista a ultranza que no ofrece ninguna alternativa a la sumisin. La destruccin de los lazos de solidaridad familiar y/o intercomunitarios, la monetizacin de los intercambios extendida a casi todos los aspectos de la vida social (incluso sexuales y amorosos) tiende a establecer el recurso al dinero como una solucin a todos los problemas. Si Becker pudo demostrar, en los aos 1950, que la desviacin relacionada al consumo de la marihuana “funcionaba en doble sentido”, es decir que los fumadores, etiquetados como desviados por la opinin mayoritaria, se complacan de ese estatus produciendo una justificacin a la utilizacin de la planta fundada sobre un rechazo a las normas en uso para la mayora[41], el caso del consumo defensivo en Ghana ilustra un proceso completamente diferente. Si los fumadores ghaneses efectivamente estn etiquetados de desviados por el resto de la poblacin, ellos no producen justificacin de rechazo a las normas sociales mayoritariamente aceptadas. Su consumo es, al contrario, justificado por la necesidad de continuar en la lnea recta de la norma que hace del trabajo, y del trabajo duro, no solamente una necesidad para sobrevivir, sino tambin un valor socialmente preciado. Para estar conformes con este valor, se debe pasar ms all de la presin moral que diaboliza el uso de la droga en general, y de la marihuana en particular. Los consumidores ghaneses de cannabis estn, de esta manera, sometidos a una doble opresin, a algunas formas de violencia que, al parecer, son las formas de expresin de la violencia de la modernidad. En este caso, la violencia de la modernidad se traduce en las condiciones de subsistencia deplorables a las cuales estn sometidos la gran mayora de los ghaneses, y en la violencia de la prohibicin, instaurada en el siglo XX y a la que los consumidores de cannabis se exponen al fumarlo. Es irnico constatar que los agentes sociales encargados de la represin del fenmeno de la droga (los policas y los militares) y de garantizar la permanencia del sistema de explotacin en vigor, tengan la misma extraccin socioeconmica que los explotados a quienes estn encargados de reprimir, y que ellos mismos tengan que recurrir frecuentemente al cannabis para cumplir con sus obligaciones.


NOTAS

* Gracias a Rita Goycochea por su ayuda con el espaol.

[1] LE BOT, Y.: Violence de la modernit en Amrique latine. Indianit, socit et pouvoir, Karthala, Pars, 1994.

[2] Utilizo el trmino de “fenmeno de la droga” con el fin de englobar todas las facetas de este fenmeno “total” que concierne a la economa, la poltica, lo social y lo cultural.

[3] Vase, entre muchos otros, BAGLEY, B.: “US Foreign Policy and the War on Drugs: Analysis of Policy Failure”, in Journal of Interamerican Studies and World Affairs, vol. 30, Nos. 2 & 3, Summer/Fall 1988; ANDREAS, P., BERTRAM, E., BLACHMAN, M. & SHARPE, K.: “Dead-end Drug Wars”, in Foreign Policy, No. 85, Winter 1991-1992; y McCOY, A. & BLOCK, A.: “U.S. Narcotics Policy: An Anatomy of Failure”, in McCOY & BLOCK (eds.): War on Drugs: Studies in the Failure of U.S. Narcotics Policy, Westwiew Press, Boulder and Oxford, 1992, pp. 1-20.

[4] Esta “lgica presupuestaria” que relaciona drogas y violencia sirve de base a una tentativa para el establecimiento de la “geopoltica de las drogas” como un dominio especfico de estudio en: LABROUSSE, A. & KOUTOUZIS, M.: “Gopolitique et Gostratgies des Drogues”, Economica, Pars, 1996, particularmente en: pp. 23-35.

[5] McCOY, A.: The Politics of Heroin: CIA Complicity in the Global Drug Trade, Lawrence Hill Books, New York, 1991, pp. 127-261

[6] DALE SCOTT, P. & MARSHALL, J.: Cocaine Politics: Drugs, Armies and the CIA in Central America, University of California Press, Berkeley and Oxford, 1991

[7] “BOSNIA-HERZEGOVINA: “federacin” de redes politico-mafiosas”, in El Informativo Internacional sobre las Drogas, N56, junio de 1996, citado en adelante como “El Informativo”.

[8] Desde 1998, el gobierno militar de Birmania se llama “State Peace and Development Council” (SPDC).

[9] LINTNER, B.: “Heroin and Highland Insurgency in the Golden Triangle” in McCOY & BLOCK (eds.), op. cit., pp. 281-318 para obtener una visin global. En lo que se refiere a uno de los episodios ms recientes del conflicto birmano ver: “BIRMANIA: la herencia de Khun Sa”, in El Informativo, N67, mayo de 1997.

[10] LIFSCHULTZ, L.: “Pakistan: The Empire of Heroin”, in McCOY, A. & BLOCK, A. (eds.), op.cit. pp. 319-357; et McCOY, A., op. cit., pp. 436-460.

[11] “Guerra y privatizaciones”, in El Informativo, N48, octubre de 1995; “TURQUÍA: la droga en la guerra sucia” y “Del PKK a los fundamentalistas”, in ibdem, N40, febrero de 1995; y “TURQUA: las tentaciones del ejrcito”, in ibdem, N37, noviembre de 1994.

[12] “MACEDONIA: plvora y balas para la “Gran Albania”, in ibdem, N32, junio de 1994.

[13] OGD: Gopolitique des drogues 1995, La Dcouverte, Pars, 1995, pp. 200-208.

[14] PROLONGEAU, H.: “Voyage l'intrieur des gurillas colombiennes”, in Le Monde Diplomatique, Avril 1996, pp. 8-9; para un anlisis del funcionamiento concreto de la industria de la cocana y de los plantos de amapola en las zonas controladas por las Fuerzas Armadas Revolucionaria de Colombia (FARC), vase OGD, op. cit., pp. 216-217; y OGD: La drogue nouveau dsordre mondial, Pluriel intervention, Hachette, Pars, 1993, p. 269.

[15] EDDY, P. with SABOGAL, H. & WALDEN, S.: The Cocaine Wars, Bantam Books, New York, 1989.

[16] Sobre la violencia en el norte de Mxico, vase por ejemplo, “Violencia en ascenso en Tijuana y Sinaloa”, in La Jornada 7/2/1996 (el artculo menciona que 25 personas fueron asesinadas con armas de fuego en el estado de Sinaloa, cuya capital es Culiacn, en enero de 1996. En el mismo mes, 72 personas fallecieron violentamente en Tijuana; 50 de ellas fueron baleadas); y “Asesinan a dos ex policas en BC y Morelos; en Jurez, otro ejecutado”, in ibdem, 17/5/1996 (59 asesinatos en Ciudad Jurez desde principios de 1996 hasta la fecha del artculo). Sobre la captura y “expulsin” de Garca brego, vase por ejemplo “Garca brego entregado a EU”, in ibdem, 16/1/1996 sobre su trayectoria como narcotraficante, vase “Se le atribuye una fortuna de 10 mil mdd, etc.”, in ibdem. Sobre sus relaciones con altos funcionarios y secretarios del gobierno de Carlos Salinas, vase “MXICO: los narcos en la cumbre del estado”, in El Informativo, N43, mayo de 1995; “Indemne an, la estructura poltica y policiaca que volvi poderoso a Garca brego”, in Proceso, N1003, 8/1/1996; y LANIEL, L.: “Pushing NAFTA? The Trafficking of Illicit Drugs and International Relations in the Americas. A Case Study of Mexican-U.S. Relations, 1988-1994”, in The South in the Global Political Economy of Illicit Drugs, Ahmadu Bello University Press, Zaria, Nigeria, 1997.

[17] Esta es al menos la versin que se rescata de la descripcin realizada por la Drug Enforcement Administration (DEA)de los crteles mexicanos: vase la declaracin de Thomas Constantine, jefe de la DEA, ante la Comisin de Asuntos Exteriores del Senado en agosto de 1995: Statement by Thomas A. Constantine, Administrator, Drug Enforcement Administration, United States Department of Justice, before the Senate Foreign Relations Committee regarding International Drug Trafficking Organizations in Mexico, Washington, D.C., August 8, 1995.

[18] Sobre el sicariato y sus lazos con la industria de la cocana colombiana ver, entre otros: CAMACHO GUIZADO, A. & GUZMN BARNEY, A.: Colombia: Ciudad y violencia, Ediciones Foro Nacional, Bogot, 1990; SALZAR, A. & JARAMILLO, A.: Medelln: Las subculturas del narcotrfico, CINEP, Santaf de Bogot, 1992; y CASTILLO, F.: Los jinetes de la cocana, Editorial Documentos Periodsticos, Bogot 1987.

[19]Se trata al menos de la opinin de Antoine BOUSTANY, planteada en su Histoire des paradis artificiels, Hachette Pluriel, Pars, 1993, pp. 101-110.

[20] ibdem, p. 178.

[21] ibdem, p. 182.

[22] Vease el captulo 3 “Comment on devient un fumeur de marijuana” in BECKER, H.S.: Outsiders, ditions A.M. Mtaili, Pars, 1985 (1963), las citaciones provienen de las pginas 65 et 66, respectivamente.

[23] Esta reputacin no es una sobreestimacin, sin embargo, estas “exportaciones” se encuentran lejos de ser exclusivas de Ghana actualmente en frica del Oeste. Vase “GHANA: la Costa del Oro verde”, in El Informativo, n46, agosto de 1995.

[24] BORROFICA, A.: “Mental Illness and Indian Hemp in Lagos, Nigeria”, in East African Medical Journal, 43, 1966, pp. 379.

[25] “GHANA: los hechiceros en apoyo al trfico”, in El Informativo, n46, agosto de 1995; y el captulo sobre Ghana en OGD: tat des drogues, drogue des tats, Pluriel Intervention, Hachette, Pars, 1994, pp. 107-108.

[26] PNDC Law 236: Narcotic Drugs (Control, Enforcement and Sanctions) Law, 1990, Part I, section 3 (1), (2), (3) et (4), section 4 (1) et (2) et section 5 (1) et (3).

[27] Citaremos por ejemplo BORROFICA, A., op.cit.; NORTEY, D.N.A. et SENAH, K.A., Epidemiological Study of Drug Abuse among the Youth in Ghana, Accra, UNESCO, 1990; y KLEIN, A.: “Trapped in the Traffic: Growing Problems of Drug Consumption in Lagos”, in The Journal of Modern African Studies, vol. 32, n4, 1994. Notaremos igualmente que algunos trabajos se han consagrado a la produccin y al trfico, como FOTTORINO, E.: La piste blanche: lAfrique sous lemprise de la drogue, Balland, Pars, 1991; as como los capitulos consagrados a frica en los informes anuales publicados por el OGD en 1993, 1994, 1995 y 1996 (vase la bibliografa).

[28] Las comillas se justifican ya que la nocin de prostitucin es extensible en Ghana, como en el conjunto de frica del Oeste. Adems de las personas, sobre todo mujeres por supuesto, aunque tambin hay hombres, que viven exclusivamente de la prostitucin tal como se conoce en Europa, algunas personas se prostituyen exclusivamente los fines de semana, o cuando tienen una urgencia por encontrar dinero. Estudiantes a partir de 14 aos lo hacen para pagar la inscripcin en sus escuelas. Sobre testimonios en lo que se refiere a este ltimo caso, ver: “More Students Become Prostitutes, Parts I and II”, in The Student Feeler, weekending June 20 y weekending June 27, 1995, Accra.

[29] Principalmente en lo que se refiere a la identificacin de los principales consumidores entre los grupos socio-profesionales, de los cuales no pude entrevistar personalmente a ningn miembro: los mineros y los obreros agrcolas, por ejemplo. cf. p.20.

[30] BORROFICA, op. cit., p. 377.

[31] Los primeros europeos en haberse instalado en frica subsahariana fueron portugueses, quienes construyeron el fortn de São Jorge da Mina en 1492, en el sitio de la actual ciudad ghanesa de El Mina.

[32] Hablo de probabilidad ya que, al contrario de frica meridional, en frica occidental no existen estudios histricos de la difusin del cannabis. Vase PEREZ, P. Y LANIEL, L.: “Croissance et croissance de lconomie du cannabis en Afrique subsaharienne (1980-2000), Hrodote, n112, 1er trimestre 2004.

[33] RUF, F.: Booms et crises du cacao. Les vertiges de l'or brun, Ministre de la Coopration-CIRAD-Karthala, Pars, 1995.

[34] LONARD, E.: “Crise des conomies de plantation et essor du trafic de cannabis en Afrique de lOuest. Une mise en perspective des cas ivoirien et ghanen”, documento sin publicar, Pars, 1996.

[35] Por ejemplo, un ladrn sorprendido en el acto se arriesga a ser linchado, un asaltante se arriesga a morir o ser gravemente herido por los guardianes de la casa “visitada”. Lo mejor que puede pasarle es ser arrestado por la polica, castigado corporalmente y, de acuerdo con las pocas, ejecutado despus de ser juzgado.

[36] De acuerdo con: The World Bank Atlas 1995, Washington, 1994, p. 8.

[37] A mediados de abril de 2004, el dlar vale 8,800 cdis.

[38] Los watchmen trabajan generalmente de 6 de la tarde a 6 de la maana y regularmente tienen otro empleo durante el da, por ejemplo en el comercio informal, lo cual puede explicar las amonestaciones, a veces la ira, de sus empleadores, que con frecuencia los encuentran adormilados... cuando ellos regresan de fiestas prdigas en bebidas de las discotecas.

[39] Los chferes de taxi raras veces son propietarios de sus instrumentos de trabajo. Son empleados por los propietarios del vehculo que conducen en base a un contrato a travs del cual se comprometen a dar cada da al “master”, al patrn, una cantidad establecida de antemano, que ganarn con los viajes que realizan. Su salario lo adquieren con viajes suplementarios a los que le permiten pagar la renta del vehculo. Por lo tanto, sus entradas de dinero son aleatorias y los obligan a trabajar largas jornadas. Muchos chferes de taxi tienen tambin un segundo empleo.

[40] The World Bank Atlas 1995, op. cit., p.18.

[41] Vase la seccin del captulo 4 titulada “moralit” in Becker, op. cit., pp. 96-102.


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